CICLO DE FORMACIÓN “APOSTOLADO EN STREAMING”



Hoy toca… SOMOS IGLESIA


NOVIEMBRE, RECUERDO A NUESTROS DIFUNTOS


Como ya sabemos, los cristianos dedicamos el mes de noviembre a recordar a nuestros seres queridos que abandonaron esta vida terrena con la esperanza de vivir eternamente en Cristo, dejando los pesares del mundo y el pecado atrás. 


Visitando los sepulcros, llevando flores y cuidando el lugar de descanso de los restos de familiares y amigos que se fueron, damos forma a nuestra esperanza, arraigada en la certeza de que la muerte no es el fin de nuestra existencia, sino que estamos destinados a una vida sin límites cuya raíz y realización es estar con Dios.


Todos nosotros estamos llamados a creer en la resurrección y a tener la esperanza de que nuestra vida no acaba con la muerte. Sin embargo, esta fe en la vida eterna, no enmascara el sufrimiento humano que experimentamos ante la muerte: «El mismo Señor Jesús, al ver a las hermanas de Lázaro y a los que estaban llorando con ellas, no sólo no ocultó su sentimiento, sino que incluso «se echó a llorar» (Jn 11,35). Excepto en el pecado, es totalmente solidario con nosotros: experimentó también el drama del luto, la amargura de las lágrimas derramadas por el fallecimiento de un ser querido. Pero esto no disminuye la luz de la verdad que emana de su revelación, de la que la resurrección de Lázaro fue un gran signo.» (Papa Francisco, Misa en sufragio de los Cardenales y Obispos fallecidos durante el año 2020).


La tradición de la Iglesia siempre nos ha animado a los cristianos a rezar por los difuntos, especialmente durante el mes de noviembre, pidiendo a Dios por su salvación  y ofreciendo por ellos la celebración de la eucaristía, puesto que es la mejor ayuda espiritual que podemos dar a sus almas. 


Recordemos que las Ánimas Benditas son titulares de nuestra Hermandad Sacramental, por eso, dediquemos este mes a orar especialmente por aquellas almas perdidas que han dejado este mundo y encontraremos en el Padre el consuelo por nuestra pérdida sabiendo que él nos acompaña y nos escucha siempre, porque como dijo Jesús: «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28,20).



 

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